Un país estaba en guerra. El avance de las tropas enemigas había hecho de la población, aterrorizada, huyera a refugiarse en las montañas. Así que cuando el ejército llegó al pueblo ya no quedaba ni un alma. El general, que era un hombre sin escrúpulos y de mirada asesina, se enfureció al comprobar que el lugar había quedado completamente desierto. Convocó a todas sus tropas y les preguntó:.
¿Adónde demonios habrán ido todos?.
Se habrán enterado de nuestro avance y habrán huido -respondieron sus hombres-.
¿Ya no queda nadie a quien exigir tributo? ¿Nadie a quien esclavizar? ¿A quien aterrorizar? ¿A quien saquear? - exclamó el caudillo, cuya maldad no conocía límites.
General, el único hombre vivo en kilómetros a la redonda es un hombre santo que habita en una ermita a las afueras del pueblo.
Sin pensárselo dos veces, el general fue a buscar al hombre santo. Al llegar a la capilla encontró al hombre meditando en silencio.
Cuando el hombre santo se negó a reconocerlo como conquistador, el guerrero se puso como una fiera y empezó a amenazar al anciano:.
¿Acaso no sabes quién soy yo?. Tienes delante a un hombre que puede arrebatarte la vida en un abrir y cerrar de ojos.
El hombre santo levantó la mirada y la clavó fijamente en la del irritado militar.
¿Acaso no sabe -le dijo al general con voz pausada- que tiene delante a un hombre que puede perder la vida sin siquiera pestañear?.
El general se quedó sin habla, captado por la serena mirada del ermitaño. A continuación, le hizo una reverencia, convocó a sus tropas y ordenó la retirada del pueblo sin ninguna destrucción o saqueo.
martes, 11 de diciembre de 2007
Confrontación
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